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Sueños que despiertan

manos sembrando
CRECIMIENTO PERSONAL / EMOCIONES / RELACIONES INTERPERSONALES / RELATOS DE VIDA

Sueños que despiertan

Nos sentamos las cuatro, debajo de un árbol que nos daba sombra. La briza y el calor se habían puesto de acuerdo para regalarnos una mañana agradable. Entre risas pusimos sobre la mesa un juego. Responder a la simple pregunta. ¿Qué sueño tienes que aún no hayas cumplido? Al principio se hizo un debate sobre el sueño, así que para ampliar la pregunta agregue las palabras deseo, ilusión o anhelo. Una vez aclarado esto cada una en su sitio, buscó, a su manera, alguna respuesta que pudiera compartir.

La primera se lanzó sin miramientos y nos contó su sueño. Conmovida por su honestidad y valentía al exponer sus inseguridades la escuché. En el fondo agradecí la confianza, la que nos permite abrir el corazón y abrirnos a la posibilidad de poner en palabras nuestras intimidades.

La siguiente ansiosa por contar su deseo interrumpía ocasionalmente y mientras esperaba su turno hacía gestos intentando no perder la idea que había gestado en su cabeza. Pero cuando terminé de escuchar a Eli se dio cuenta que su anhelo estaba más ligado al ella de lo que había imaginado.

Carli, que suele ser más reservada y callada, escuchaba atentamente. Yo sentada a su lado podía escuchar como colisionaban sus pensamientos intentando encontrar la excusa perfecta para no tener que hablar.

Recordé cuando una vez comentó algo que deseaba hacer, y le dije emocionada: yo tengo tu deseo ¿te acuerdas cuando me dijiste que si tuvieras la disponibilidad económica te gustaría construir…? Y la solté para que continuara ella, con sus palabras y su versión. Y lo hizo. Ruborizada ante la idea de que estábamos las tres escuchándola atentamente.

Bastó que Eli le rebatiera algunos puntos de su proyecto construido en el aire para que este se esfumara y ella decidiera volver a ser una chica que escucha atenta en silencio. Y prefirió decir que si, para no combatir, ni discutir. Decía que si a cualquier propuesta que se nos ocurría acerca de su sueño, como si nosotras nos hubiéramos zambullido en su cabeza y tuviéramos voz y voto.

De repente estábamos las tres opinando sobre lo que era mejor, lo que le convenía y lo que no. De repente las tres sabíamos lo que era mejor para ella.

Me eché hacia atrás en mi silla y observé. Le pregunté: ¿Te pasa a menudo que la gente te dice lo que es mejor para ti? Me miró con los ojos bien abiertos y me dijo: me pasa todo el tiempo.

Nos tomamos el permiso de opinar sobre ella porque su vulnerabilidad choca con nuestro miedo a experimentarla, su silencio con nuestro temor a que este nos hable, su resignación con nuestra inseguridad al resignarnos. Y así, nos relacionamos con los demás, rogándoles que cambien porque nos da pánico vernos espejados. ¡Es tan irónico! Es como mirarnos despeinadas al espejo y querer peinar nuestro reflejo.

¿Alguna vez te ha pasado de querer cambiar a alguien?

Observa los aspectos que has deseado cambiar, y mira cómo estos tienen más que ver contigo de lo que te imaginas.

Eran casi las doce. Las carcajadas brotaban de nuestras bocas casi desbocadas. Porque si hay algo que hemos aprendido las cuatro es a reírnos de nosotras, pero sobre todo a reconocer que cuando abrimos nuestro corazón sólo podemos aprender y sentirnos libres.

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