Hace un par de días que una cuestión golpea a mi puerta con insistencia. ¿Las elecciones de nuestra vida son tomadas teniendo en cuenta al corazón o basadas en la necesidad de encontrar seguridad? Hoy me visitó una mujer de unos cincuenta y cinco años. Una señora elegante, delicada, de cabello rubio largo anudado y unos enormes ojos azules. Hablaba en italiano, pero nos comunicamos en un inglés más fluido. Mientras miraba unas cosas me contó que vive en Múnich, pero que preferiría vivir en el norte de Alemania. Me dijo que es arquitecta y pintora, y puso mucho énfasis en que era las dos cosas. Yo la miré y asentí. A lo que ella agregó, bueno, ahora no tengo mucho tiempo para pintar, es que trabajo de arquitecta para un organismo gubernamental y llego tan cansada a casa que no tengo fuerzas y lo único que me apetece es echarme en el sofá. Y agachó la mirada. De alguna manera comprendí de lo que me estaba hablando. Pero no quise interpretar más de la cuenta.
La mujer, de sonrisa amable, me dijo, poniendo su mano en el su pecho, a veces no siempre hacemos lo que más nos gusta. Y continuó, si ganara lo suficiente podría dedicarme a la pintura solamente. Bueno, le dije, a veces pensamos que el trabajo que nos aporta la seguridad económica que creemos necesitar nos trae más inseguridad personal. Cuando tomamos una decisión con el objetivo de sentirnos seguros, estamos decidiendo desde la cabeza que nos dice que tengamos cuidado, que es mejor pájaro en mano que cien volando, que hoy tal vez tenemos pero mañana no se sabe, que la vida no siempre es fácil, que esto es lo que toca, que no hay elección, pero esta elección es desde el miedo. Y a veces no seguir nuestro corazón se paga caro. ¿Qué es seguir nuestro corazón? Es vivir sintiendo lo que hago y lo que pienso, es estar en conexión directa con las señales que me manda el cuerpo, es vibrar en una frecuencia que me provoca placer, es escuchar con todos mis sentidos los deseos más profundos que solo salen a pasear en mis sueños nocturnos. Elegir con el corazón nos da la fuerza para llegar donde sea, no por la necesidad de demostrar algo a alguien, sino por el simple hecho de sentirnos completamente vivos.