Me paré a pensar sobre algo que estaba latente esos últimos días. Una pregunta rondaba mi cabeza ¿estoy viviendo la vida que quiero vivir?

Para poder contestarla me dediqué a observar a mi alrededor y qué me hacía sentir lo que veía. Necesité respirar profundo porque los pensamientos se agolpaban en mi mente sin pedir permiso. Tuve que esperar, la respuesta no fue inmediata. Tuve que dejar que la superposición de ilusiones ópticas, de supuestas verdades, se desvanecieran y cayeran por su propio peso.

Poco a poco el entorno empezó a hablarme. Las sensaciones se presentaban como mensajes subliminales que me hablaban de estar presente.

A medida que inhalaba y exhalaba el barullo de ideas se fue apaciguando. Ya no había nada a lo que aferrarme para dar sentido al caos y de pronto empezaba a disfrutar de lo que estaba pasando. Pero ¿qué era lo que estaba pasando? Solo había dado lugar a la calma, la había invitado a participar de mi vida, estaba mirando con ojos libres de condicionamientos.

He dado pasos, muchos. He andado largos recorridos. He retrocedido y he estado en encrucijadas. Todas las vivencias fueron producto de mis elecciones. Podría hablar de suerte, destino, casualidad, pero lo que estaba claro es que lo que sucedió sucedió y como yo lo veía en todo esto había mucho más de mí que la simple idea de que lo externo no tenía nada que ver conmigo. ¿Cómo lo viví? Como pude y como supe. ¡Ufff! ¡cómo me relajó esto!

Fue un alivio comprender que no “tenía” que saber si estaba viviendo la vida más adecuada para mí sino que el “aquí y ahora” me estaba mostrando el resultado de mis decisiones. Quería saber para adelantarme, quería ir al futuro para adivinar si ese era el más acertado.

Comprendí que la corriente no me empuja sino que soy yo la que me dejo arrastrar. Comprendí que bajar la velocidad de mi carrera no significaba ralentizar mi avance sino hacerlo de forma consciente.

Las respuestas están en un solo lugar y en un mismo momento.

Si no soy yo ¿quién?

Si no es ahora ¿cuándo?

Si no es aquí ¿dónde?